jueves, 21 de mayo de 2015

Carta a un antiguo amor




Mi amor, lo siento, debí escribirte esta carta mucho antes, pero tenía miedo, y no era valiente, más lo segundo que lo primero; pero hoy, luego de leer tus cartas, entiendo que las cosas han cambiado, he madurado, y ahora tengo el valor para decir lo que nunca pude decir.

Primero, quiero decir algo que creo no dije lo suficiente; o quizás simplemente no lo dije. Te amo.
Te amo, y te amé desde el momento en que te conocí; desde el día que te reíste de la broma más tonta que pude haber contado, desde que conocí esa sonrisa, te amé.
Recuerdo como eran las cosas, yo era diferente, otra persona de la que soy ahora, más inocente, más niña, más tonta.
Recuerdo que hacía cualquier cosa para estar cerca de ti, ya sea ser amiga de tus amigos, ir a fiestas a las que no quería ir, comer cosas que no quería comer; lo que sea para pasar aunque sea unos minutos más contigo, a solas, juntos.
Recuerdo también que sentía que tú no hacías ningún esfuerzo por pasar tiempo conmigo, siempre andabas rodeado de personas que no eran yo, me sentía pequeña, diminuta tratando de llamar tu atención, siempre te veía lejos; y aunque hacía todo por estar contigo, eso nunca parecía funcionar.
Sin embargo, cuando nos quedábamos solos, era mágico. Eras tierno, dulce, amable conmigo. Te sentía cerca, te sentía mío.
¿Por qué cambiabas tanto con el paso del día? ¿Por qué a veces sentía que me querías y a veces sentía que no existía?

Luego, de la nada, de un día al otro, apareciste enamorado de otra persona. Después de toda la ilusión que tenía por estar contigo, por quererte, por besarte; te fuiste con otra. Recuerdo que mi corazón se partió en mil pedazos, no podía creer lo que estaba sucediendo, esa fue la primera herida que alguien había hecho en mi corazón, no imaginaba que ver a quien quieres con alguien más, doliera tanto. Ese día me destruiste, lo recuerdo bien. Nunca lo dije, por orgullo, pero quedé con el corazón roto en mil pedazos.

Después de esto, y de que pasaran muchos meses para que yo pudiera recoger los pedazos de mi corazón, y reconstruir mi vida (que solía girar en torno a ti), apareciste de nuevo. ¡Maldición!, ¿Por qué apareciste de nuevo? Apareciste justo cuando ya estaba a punto de reconstruirlo todo, cuando estaba a punto de tener una ilusión con alguien más, apareciste, y me moviste el suelo una vez más.

Y no pude evitarlo, luché contra mí misma, y contra mi sentido común; y apenas me dijiste para empezar una relación, dije que sí.
Y ese día, te quise, te amé como siempre te había amado; pero, me odié yo. Me odié, porque había traicionado mi propio orgullo, mi dignidad. Después de haber jurado que nunca más dejaría que me hicieras daño, volví a dejarte entrar; y me odié por eso.

Lamentablemente, una relación basada en el odio, no puede funcionar. Yo te amaba, te adoraba, adoraba tu sonrisa, tus ojos, tus bromas, tus besos. Pero como me odiaba, nunca me pude perdonar, y fue por eso que nunca pude demostrarte todo lo que sentía por ti.
Por dentro, me moría de ganas de decirte “Mi amor”, “Te amo”, “Eres mi vida”; de darte todo. Pero, había una parte de mí, la parte rota, la parte que destruiste, que nunca pudo confiar en ti. Una parte que se apoderaba de mí cada vez que quería decirte algo lindo. Una parte oscura que no nos dejó ser felices.

Esa vez que nos vimos, el día que todo acabó, justo en el momento que te dije adiós, sentí que estaba haciendo algo mal, que no debía dejarte ir, que debía decirte lo que sentía, contarte de mis miedos, y que de algún modo todo se arreglaría. Esperaba que voltearas, que me dijeras algo, que volvieras por mí. No lo hiciste.

Al día siguiente fui a buscarte, esperando nuevamente que me dijeras algo. Mi parte niña, tímida, miedosa, no dijo nada. Yo en el fondo esperaba que entendieras, que sólo el hecho de verme ahí, frente a tu casa; te hiciera entender que había ido para decirte que te amaba, que no podíamos terminar.
Sólo esperaba que me dijeras que también me amabas.

Sólo nos abrazamos, fue el último abrazo tuyo que recibí, y esperé, y esperé; haciéndome la tonta, esperaba que dijeras algo. No dijiste nada.
Ese día regresé llorando a casa, caminé como 10 cuadras, llorando, hasta que no pude más y me quedé sentada en una banca, viendo tu foto, y llorando.
Ese día, fue la segunda vez que rompiste mi corazón, la segunda vez que quedé destruida. Esta vez no sé si fue mi culpa, la tuya, o la de los dos; pero volví a quedar destruida.

Y Hoy, que leo todas tus cartas, por fin entiendo que también me querías; por fin entiendo, que probablemente, tú también tuviste miedo, que también eras un niño, que no sabía que decir y cómo actuar.
Que cuando yo no te decía nada, tú no sabías que decir. Que quizás no fuiste el único que quedó con el corazón roto ese día. Que quizás yo rompí el tuyo primero, y tu yo interno, tampoco me lo pudo perdonar.

Hoy, haciendo un repaso de todo lo que pasó, veo que fui una tonta. Tonta por actuar así, tonta por no vivir el momento, tonta por tener miedo, y tonta por no decirte lo que sentía.
Hoy, sé que debí decir algo, hoy sé que debí dejar el orgullo de lado, y explicarte todo esto, sin miedo. Hoy sé que yo, pude haber hecho más de lo que hice, y que también te fallé.

Pero; esta carta no sólo es para explicarte todo lo que pasó, que a estas alturas ya no tiene sentido. Es para por fin decirte cuánto te quería, merecías que lo dijera, pero no lo hice, fui fría y tonta, y lo hice a propósito, lo hice por miedo. Tengo que decirlo. Te quería como aún no he querido a nadie, te quería con el alma, te amaba con todo mí ser.

Y también debo decirte, que aún te amo. No como antes, no como para estar juntos, y besarnos y tener hijos. Te amo como un recuerdo, como un recuerdo hermoso que jamás podré olvidar.
Porque nunca podría olvidar los días que moría por tocar tu mano, pero besar tus labios, porque nunca podría olvidar como amaba tu olor, tu sonrisa, tus manos. Porque nunca podré olvidar todo lo que aprendí contigo.


Hoy sólo quiero despedirme con amor, con amor y agradecimiento. Darte gracias por hacerme madurar, por enseñarme a querer, por enseñarme a confiar. Por enseñarme a amar.

martes, 9 de diciembre de 2014

La Depresión

Hoy siento un inevitable deseo de analizar “La Depresión."

Yo nunca creí que existiera una enfermedad tal como “depresión”; siempre repetía lo que mis padres decían "es sólo algo para lo que los ricos y los flojos tienen tiempo"; sin embargo, hoy, los años me han demostrado que sí, efectivamente existe, y no sólo existe, sino que es capaz de consumirte, de arrastrarte al hoyo, y dejarte ahí, por largo, largo tiempo.

Y ¿cómo se siente?; he leído sobre ella, he visto películas, y hasta existen caricaturas, y videos en YouTube; pero la verdad es que, en mi opinión, es diferente en cada uno de nosotros.

En mí, no sé cuando apareció. Cuando me dijeron que padecía de "Depresión Crónica", no lo entendí. Es más, aún no sé si dicho "Diagnóstico" fue correcto o no.

Sólo recuerdo haber pensado - "¿Tengo depresión Crónica?, ¿De verdad la tengo? - y en ese momento, llena de incredulidad, se me vino a la mente: -No puede ser, debo recordar un momento feliz, ¿Cúal fue mi último momento feliz?.
Lo peor fue que en ese instante, ninguna respuesta se me venía a la cabeza. No recordaba haber sido feliz en ningún momento, ni en la niñez, ni en la adolescencia; no recordaba haber sido realmente feliz.
Fue entonces cuando supe que efectivamente podía estar padeciendo de Depresión.

Inmediatamente comencé a decirme a mí misma "Esto es estúpido, si tan triste estás, sacúdete y listo"; pero ese es el otro problema con la depresión, No se puede sólo "Sacudir", "Sacar de la cabeza" "Salir de ese estado".
Y los amigos y familiares tampoco lo entienden, comienzan a preguntar -"Y ¿de qué estás triste?" -"Goza la vida" -"No tiene sentido que andes así, si lo tienes todo"

Ok, entiendo que tengo todo en la vida, que no necesito nada, que no debería ser "Infeliz"; pero maldición, así se siente, ¿Qué quieren que haga?

Y creo que ese es el punto de quiebre,  cuando por fin podemos admitir, "Me siento así, y no puedo lidiar con esto solo, necesito ayuda". Ese es el punto, y creo también que varía mucho con cada persona. Algunas personas encuentran su punto en algún momento solitario en casa, otros lo encuentran llorando luego de una fiesta, o en algún bar.
¿Cuál es el peor momento para un punto de quiebre?; dejar que aparezca muy tarde, dejar que aparezca al tomar un sin número de pastillas con malas intenciones, o al encontrarte en la orilla del puente. ES LO QUE DEBEMOS EVITAR

Y bien, finalmente, el tratamiento es lo más duro, la parte más difícil de todo esto. No es como un resfriado que al terminar el tratamiento todo está bien.
Primero, hay que empezar por buscar ayuda, y luego, seguir las indicaciones al pie de la letra. No sólo debe cambiar el estado de ánimo, si no, también el modo de pensar, Es necesario saber que, no es saludable sentirse así, y que no se debe dejar que avance.

Yo siempre imagino a la depresión como una sombra, una sombra oscura. Esta te abraza y te sujeta, no te deja salir, e insiste en meterte en su hoyo, un profundo hoyo lleno de preguntas como "¿Qué hago en este mundo?", "¿Para qué sirvo?", "¿No sería mejor no estar aquí?". 

Y la única manera de vencer a esta horrible sombra, es responder sus horrorosas preguntas, responderlas aunque sea sin convicción al principio. "Estoy aquí para hacer algo útil" "Muchos me quieren", "Tengo cosas buenas y valiosas"


Quizás muchos se sientan incrédulos, o farsantes, o raros, de decir "Tengo depresión", "Siento esto"; pero no interesa. No importa si lo llamamos Depresión, Tristeza, si no le
ponemos un nombre o si no creemos que realmente sea una enfermedad. Lo único importante es: NO DEJARSE ARRASTRAR. No dejarse llevar al hoyo, ni dejarse llenar la cabeza de todas esas preguntas.





martes, 3 de junio de 2014

La música de un Piano

Debe existir algo de magia en la música, algo de increíble, algo
de sobrenatural.
Existen miles de libros, miles de
historia, toneladas de películas y montones de descubrimientos científicos,
pero ninguno de ellos jamás podrá hacer vibrar los corazones como una buena
canción.

Hay muchos géneros musicales, algunos
prostituidos pobremente por el vulgo; sin embargo existen otros que estarán ahí
por siempre, que son capaces de hacernos sentir cosas con sólo escuchar unas
notas, que son capaces de llegarnos a lo más hondo y arrancarnos una lágrima.

He escuchado muchísimas canciones desde
los 6 años, y todas ellas, cada una llevan diferente alma, traen consigo
diferente sentimiento, y son capaces de arrastrarme a hacer cosas que nunca
haría.

No hay nada comparado con pintar
escuchando una suave melodía, o con caminar por la calle con una canción fuerte
que te haga más valiente, o dormir con una dulce música.
Pero, existen además, un tipo de melodías que no sólo llenan las
categorías anteriores, sino que logran llevarme a lugares profundos en mi ser,
que hacen que me encuentre con sentimientos nuevos, que permiten que vea cosas
en mi misma que no había visto antes. Es algo indescriptible.

Descubrí este sentimiento a los 12 años aproximadamente,
cuando un profesor de piano llegó al colegio.  Había escuchado tocar piano
mil veces a Richard Clayderman, el pianista favorito de mi mamá, pero escuchar
un cassette antiguo no se compara con ver en vivo a alguien tocar un piano.
La maestría con la que dicho profesor tocaba, era increíble,
exquisita. Movía sus dedos de manera rítmica y hermosa, sentía que las cosas habían
tomado un nuevo color.  Sentía que cada
vez que tocaba una nota, una parte diferente de mi pecho se encendía, cómo que
sentía el ritmo de las notas en mi garganta, y sólo quería quedarme ahí,
sintiendo eso por siempre.

A partir de entonces me dediqué a buscar
canciones que me hicieran sentir eso de nuevo, asistí a muchos conciertos, a
ver a la sinfónica de mi ciudad; pero a pesar de amar la música, no volvía a
experimentar ese sentimiento.

Y no volvió a pasar hasta aquel día, a los
15 años, cuando llegó una alumna de intercambio a mi colegio, y en una
actuación, empezó a tocar el violín.
La melodía era hermosa, tenía tanta
tristeza en ella, pero a la vez tanta magia, juro que me enamoré del sonido de
ese violín en ese instante, en ese instante y para siempre.



Y quedó ahí, no había sentido eso hasta
hoy, hoy que oí la melodía más maravillosa que había escuchado en estos últimos
años, una melodía hermosa que me hizo querer escribir, que me hizo vibrar, que
me hizo querer tocar el piano, que me hizo querer llorar.







domingo, 6 de abril de 2014

22 Años

Cuando era niña, como de unos 6 a 7 años, juraba que a los 18 ya sería una mujer exitosa, ganando mi propio dinero, y viviendo sola, o estudiando con mi propio dinero. Solía decirme a mí misma "Señorita, usted teniendo tan pocos años, y siendo tan joven, ya ha logrado tanto, ¿Cómo lo hizo?" Imaginando que los periodistas me preguntaban o que alguien editaba mi biografía para ser publicada.

Hoy tengo 22 años, y la verdad es que las cosas son mucho más difíciles de lo que se imaginaría. Aún vivo con mi familia, pues estudio una carrera que sería impagable aunque tuviera 2 trabajos; y sé que el tiempo no me alcanzaría. Estudiar Medicina es una de las cosas más agotadoras que hay, sin considerar que además es necesario estudiar otros idiomas, e informática, y en fin; no es nada fácil.

Encima de todo, hoy, en lugar de querer ser famosa y exitosa, quisiera que el tiempo se detuviese. Estar ya en 5to año me asusta horriblemente. Significa que ya me voy a graduar pronto, que voy a tener que ser profesional y enfrentarme a la vida; que voy a tener que hacer la tesis. Y finalmente, que voy a tener que enfrentarme yo solita a a búsqueda de trabajo, a la especializació, a la maestría, y a todo lo que se venga.

Hoy, que cumplo 22 años, me siento lo más lejos de dichas frases "Mujer exitosa". Primero, porque no me siento nada exitosa, por todos los motivos mencionados antes; y segundo, porque tampoco me siento mujer. Me siento niña aún, muchas veces temerosa de las cosas que puedan suceder, de las cosas que dije o dire, y de las personas que me puedan dañar.

Han pasado los años y sólo me han hecho más pausada, menos dramática y más reflexiva. Sin embargo, las cosas siguen pasando como trenes a toda velocidad, que a veces no es posible darse cuenta todo lo que ha ido sucediendo en el tiempo.

Pero, no todo es negativo. Al menos si he sentido que todos estos años me han dado más seguridad, ya no soy más la niña miedosa que no puede hablar con los otros niños. Ya no soy la niña gordita que se siente la más fea de todo el mundo. Ya no soy más la niña que tiene miedo al resbalón.

Así, que a pesar de todas las cosas que aún me faltan por vivir, y de todas las cosas "malas" que me pueden haber pasado: ¡Feliz cumpleaños a mí!


martes, 24 de diciembre de 2013

Yo quiero.

Quisiera poder caminar de noche por las calles, largar cuadras sin cansarme, y que no haga frío, y poder respirar aire puro, sin el humo de los carros, y sin que haya viento, y sin escuchar ruidos lejanos, ni temer a los ladrones.

Quisiera sentarme a escribir en un parque, un parque que esté cerca a mi casa, que nunca esté cerrado, y poder sentarme en el pasto, y que no esté mojado, y que no llueva ni haya sol, y que el clima sea perfecto

Quisiera no tener miedo, y decir siempre lo que pienso y enfrentarme a todos, sin pensar en lo que dirán de mí, y decirles a la cara lo que siento, y no esconderme nunca.

Quisiera poder correr muy rápido, tan rápido que me olvide de mis propios pensamientos, y no caerme nunca, ni cansarme de tanto correr, y que nadie me siga, y que mis piernas resistan hasta llegar a un lugar diferente, y sólo seguir corriendo, sin sudor y sin penas.

Quisiera darles abrazos a todos, y abrazar cada vez que se me antoje, y no tener miedo de lo que piensen, y expresar lo que siento, y dar todo mi cariño en un abrazo, y recibir lo mismo, y sentirlo.

Quisiera estar siempre contenta, y no recibir ataques de tristeza, y no tener que lidiar con esos pensamientos negativos, y pensar que las cosas saldrán bien de alguna manera.

Quisiera que nadie se muera, y que todos estén siempre conmigo, y estemos felices, y no pasar por esos momentos con los que no puedo lidiar, y nunca extrañar a nadie, y saber que nadie me extraña.

Quisiera viajar por el mundo, y estar siempre cerca de casa, y poder acompañar a todos los que quiero y conocer muchos lugares nuevos, y que todos me acompañen y no sentirme sola.

Quisiera poder darte un beso, un beso que sea largo y que no signifique nada y signifique todo, y no tener que explicar por qué lo estoy dando, y que nunca me preguntes porque lo hice, y que sólo sea mágico para nosotros, que el tiempo se detenga.

Quisiera tenerte a mi lado, y que me quieras de verdad, y que nos queramos de la misma manera, y no tener que buscarte entre sueños y saber que estarás a mi lado, y no tener miedo a perderte ni que temas perderme, y no temer a la distancia ni al tiempo.

Quisiera, quisiera.

jueves, 26 de septiembre de 2013

PEQUEÑOS PLACERES

Existen pequeñas cosas, pequeños detalles, pequeñas acciones de la vida, que nos dan una sensación de "placer". No sé sí a todos les sucede lo mismo, pero por alguna razón, a mí, estas pequeñas cosas me dejan con una sensación de felicidad y plenitud, como sí me sintiera "realizada" al hacerlas, o cómo si nada pudiera detenerme. Es por eso que decidí elaborar una lista de 10 pequeños placeres para tener en cuenta.

1. El primer pequeño placer que mencionaré, uno que disfruto con locura, es el de subirme a un taxi y bajar la ventanilla. Nada es más relajante y placentero para mí que sentir el aire en mi cara. No sé, quizás fui perro en alguna otra vida; pues de verdad no entiendo que gusto por sentir el aire en mi cara. No me interesa que el viento me despeine, en realidad nunca le he dado mucha importancia a mi cabello. Solo sé que para mí, la sensación de libertad al sentir el viento en mi cabello, es única, indescriptible y tan relajante, tan refrescante, que una vez que bajo del taxi, siento como si hubiera descansado, o dormido algunas horas.

2. Segundo, y no menos importante, el placer de caminar con mi propio soundtack. Definitivamente una de las cosas que más alegran mis días es salir de mi casa, colocarme los audífonos con alguna canción "rockera", y sentir que cada nota guía mis pasos mientras camino. En esos momentos me siento una mujer fuerte, decidida, y capaz de hacer cualquier cosa en este mundo. Es como si la canción estuviera hecha para mí, para ese momento de mi propia película personal. Por fin me siento la protagonista, y me encanta.

3. Tercero. Correr, amo correr. Este pequeño placer lo descubrí recientemente, pero creo que es uno de los mejores. Nunca he sido de hacer deportes, la verdad soy bastante perezosa; sin embargo, hace poco decidí empezar a correr. Al principio me sentía muy cansada, y no lograba correr nada, pero con el paso de los días, siento que cada vez lo hago mejor, y sólo en esos momentos, con el viento en mi cara y mi corazón en la boca; sólo en esos momentos siento que todos mis pensamientos se disipan, y sólo pienso en la libertad que me provoca correr. Nada despeja más la mente que correr. 

4. Cuarto: adoro gritar. Gritar es una de las cosas que me hacen sentir más fuera de lugar; sin embargo, de verdad lo disfruto. Gritar en un concierto, gritar en la calle, gritar cuando todo está en silencio. Simplemente siento que es una manera de liberar toda esa energía acumulada, y todo el estrés, es genial.

5. Quinto: Bañarme en la noche con agua caliente. En realidad, bañarme con agua caliente de por sí es relajante, pero por alguna extraña razón, disfruto aún más bañarme a eso de las 11 pm, con agua muy caliente, y demorar bastante tiempo en la ducha, es como si el agua se llevara todos mis problemas, y ya con la mente libre, puedo ir directo a dormir.

6. Sexto. Este pequeño placer es difícil de explicar. En realidad me encanta leer, en cualquier sitio. Pero no sé por qué, en especial disfruto leer mientras camino, y chocarme con la gente que pasa y las puertas y paredes. Es extraño, pero me siento cómo sí mientras voy leyendo, y caminando, voy viviendo dentro de un mundo paralelo, como si me saliera de este mundo y me internara en el mundo que voy leyendo. Me fascina. 

7. Séptimo: Adoro cantar. Sé que no tengo la mejor voz del mundo, es más, es probable que tenga una de las voces más irritantes y agudas que jamás hayan escuchado; pero aún así, apenas escucho una canción, quiero cantarla. No interesa si estoy en mi casa, en un taxi, en clases o incluso sí estoy con hablando con otras personas; el deseo de cantar es inminente y debo hacerlo pase lo que pase. Y más aún sí estoy con personas conocidas, canto a todo pulmón. Cantar me hace feliz.

8. Octavo; Sentarme en el suelo. No importa si estoy con el pantalón limpio, o sucio, o sí el suelo está lleno de polvo. Me encanta sentarme en el suelo, con las piernas cruzadas. Me siento en las veredas de las calles, en la puerta de mi clase, en los parques, en el techo de mi casa, en el suelo de mi cuarto, o en cualquier lugar. Al hacer esto me siento un poco hippie, y quizás por eso lo disfruto tanto; no lo sé, es indescriptible la sensación, pero me gusta. 

9. Noveno pequeño placer: dormir en la tarde; en realidad me encanta dormir en general; pero al mismo tiempo tengo un raro insomnio; cuando me echo a la cama durante la noche no puedo dormir, y generalmente ando despierta en la madrugada. Quizás por eso amo tanto dormir en la tarde, ya que durante toda la mañana me siento increíblemente cansada, llegan las 5 de la tarde, y me encanta recostarme y dormir, unas 2 o 3 horas, para luego seguir despierta durante la madrugada. Es un ciclo un poco invertido, pero me gusta dormir a horas "no apropiadas".

10. Y finalmente, pequeño placer número diez. Amo escribir. Es una de las cosas que más aclaran mi pensamiento. En realidad siempre he escrito para "descargar mis pensamientos", pero últimamente, al hacerlo, encuentro una sensación de libertad; como si una fuerte carga hubiera salido de mi pecho y de mi espalda. Escribir me hace libre, y quizás por eso amo tanto hacerlo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Pepito y Yo


Mi mamá siempre me ha dicho: "hijita, siempre quieres ser la defensora del indefenso", y bien; creo que tiene algo de razón, es algo que nace en mí, no sé por qué, pero por alguna extraña razón siempre quiero ayudar a los demás, aunque sea con algo pequeñito.

No tengo muy buena memoria que digamos para cosas del pasado, pero esto si lo recuerdo con muchísima claridad. Tenía 4 años, y estaba en el Kindergarden, o jardín de niños, o cómo sea que lo llamen ahora; y allí tenía muchos amiguitos, como cualquiera, y era una niña feliz.

Mi mamá se preocupaba mucho por mí; bueno, eso no es raro porque ya han pasado muchísimos años de eso, y se sigue preocupando igual; pero ese no es el punto. El punto es que mi mamá se preocupaba mucho por mi alimentación y me daba un buen desayuno. Me preparaba mi leche, con chocolate y me ponía un pan con mantequilla en la mesa; a mis pequeños 4 años, eso me llenaba, y era suficiente.

Pero, como cualquier mamá preocupada (y más aún recordando que mi mamá es extra-preocupada), ella se encargaba de prepararme la lonchera más cargada de todo el país. Ok, exagero; pero si, se encargaba de llenar mi lonchera con una manzana o un plátano, una cajita de leche chocolatada y un pan con mermelada o mantequilla.

En el jardín de niños debo haber tenido muchos amiguitos, no lo sé, en serio que esa parte está muy borrosa para mí; pero sí recuerdo que tenía un amiguito en especial; y juro que desearía saber su nombre verdadero, pero no lo recuerdo. Sólo recuerdo que yo le decía "Pepito", y recuerdo que la profesora también le decía pepito, y todos le decían pepito. Hoy me pregunto, ¿Su nombre sería realmente ese? ¿Se llamaría José? ¿Por qué una profesora de jardín llamaría por su apodo, a un niño? En fin, las preguntas son irrelevantes; para mí, mi mejor amigo era Pepito.

Recuerdo claramente a Pepito; Pepito era un niño flaquito, flaquito, morenito y con el pelo muy cortito, ojos grandotes y oscuros y una sonrisa feliz; siempre llevaba su lonchera amarilla de los “Power Rangers” y andaba con las manos en los bolsillos. Tengo esa imagen en mi mente, el niño flaquito con las manos en los bolsillos intentando jugar fútbol. Digo intentando, porque era tan flaquito que parecía que sus piernecitas se iban a romper en el intento; pobre Pepito.

Pepito y yo solíamos sentarnos y hablar mucho, quién sabe de qué. Yo sólo sé que yo de niña era muy, muy habladora; y seguramente yo hablaba y pepito me escuchaba. No importa, sólo recuerdo que solíamos sentarnos en una batiente en el suelo; y yo hablaba y hablaba. De pronto, Pepito me decía "¿trajiste lonchera?" Yo abría mi lonchera y estaba llena de las cosas ricas que me mandaba mi mamá, y luego la imagen se torna borrosa.  No sé qué diablos llevaría Pepito en su lonchera, pero comida no era, porque recuerdo que me decía "tengo hambre, mi lonchera está vacía"

Pobre Pepito, yo miraba sus ojitos abrirse como platos, y decirme que tenía hambre; maldición, no podía resistirme. Siempre terminaba invitándole mi leche chocolatada, y mi pan; si, la mayor parte de mi lonchera se la comía pepito; y no me importaba, yo quería que pepito comiera. Yo me sentía llena y prefería que el coma y yo no comer nada.

Mi mamá veía que mi lonchera llegaba vacía y se ponía tan feliz que siempre se encargaba de llenarla con la leche chocolatada que “tanto me gustaba";  y, obviamente Pepito también lo disfrutaba, yo era la única que terminaba sin comer.

Un día mi mamá fue al colegio, y la profesora le dijo: "señora, su niña es muy buena, siempre le invita a Pepito leche chocolatada con pan; y que buena es usted también, por mandar refrigerio para su niña y además para su amiguito"

A mí mamá la vi roja, verde y azul al enterarse que yo no comía nada; pero al darse cuenta de que yo no iba a desistir en invitarle mi lonchera a Pepito, decidió mandarme doble leche chocolatada, y doble pan.
¿Saben que sucedió? Pepito terminó comiendo doble leche chocolatada y doble pan cada día; y yo, como siempre, termine siendo la "niña, defensora del indefenso”.