martes, 3 de junio de 2014

La música de un Piano

Debe existir algo de magia en la música, algo de increíble, algo
de sobrenatural.
Existen miles de libros, miles de
historia, toneladas de películas y montones de descubrimientos científicos,
pero ninguno de ellos jamás podrá hacer vibrar los corazones como una buena
canción.

Hay muchos géneros musicales, algunos
prostituidos pobremente por el vulgo; sin embargo existen otros que estarán ahí
por siempre, que son capaces de hacernos sentir cosas con sólo escuchar unas
notas, que son capaces de llegarnos a lo más hondo y arrancarnos una lágrima.

He escuchado muchísimas canciones desde
los 6 años, y todas ellas, cada una llevan diferente alma, traen consigo
diferente sentimiento, y son capaces de arrastrarme a hacer cosas que nunca
haría.

No hay nada comparado con pintar
escuchando una suave melodía, o con caminar por la calle con una canción fuerte
que te haga más valiente, o dormir con una dulce música.
Pero, existen además, un tipo de melodías que no sólo llenan las
categorías anteriores, sino que logran llevarme a lugares profundos en mi ser,
que hacen que me encuentre con sentimientos nuevos, que permiten que vea cosas
en mi misma que no había visto antes. Es algo indescriptible.

Descubrí este sentimiento a los 12 años aproximadamente,
cuando un profesor de piano llegó al colegio.  Había escuchado tocar piano
mil veces a Richard Clayderman, el pianista favorito de mi mamá, pero escuchar
un cassette antiguo no se compara con ver en vivo a alguien tocar un piano.
La maestría con la que dicho profesor tocaba, era increíble,
exquisita. Movía sus dedos de manera rítmica y hermosa, sentía que las cosas habían
tomado un nuevo color.  Sentía que cada
vez que tocaba una nota, una parte diferente de mi pecho se encendía, cómo que
sentía el ritmo de las notas en mi garganta, y sólo quería quedarme ahí,
sintiendo eso por siempre.

A partir de entonces me dediqué a buscar
canciones que me hicieran sentir eso de nuevo, asistí a muchos conciertos, a
ver a la sinfónica de mi ciudad; pero a pesar de amar la música, no volvía a
experimentar ese sentimiento.

Y no volvió a pasar hasta aquel día, a los
15 años, cuando llegó una alumna de intercambio a mi colegio, y en una
actuación, empezó a tocar el violín.
La melodía era hermosa, tenía tanta
tristeza en ella, pero a la vez tanta magia, juro que me enamoré del sonido de
ese violín en ese instante, en ese instante y para siempre.



Y quedó ahí, no había sentido eso hasta
hoy, hoy que oí la melodía más maravillosa que había escuchado en estos últimos
años, una melodía hermosa que me hizo querer escribir, que me hizo vibrar, que
me hizo querer tocar el piano, que me hizo querer llorar.