Mi amor, lo siento, debí escribirte esta carta mucho antes,
pero tenía miedo, y no era valiente, más lo segundo que lo primero; pero hoy,
luego de leer tus cartas, entiendo que las cosas han cambiado, he madurado, y
ahora tengo el valor para decir lo que nunca pude decir.
Primero, quiero decir algo que creo no dije lo suficiente; o
quizás simplemente no lo dije. Te amo.
Te amo, y te amé desde el momento en que te conocí; desde el
día que te reíste de la broma más tonta que pude haber contado, desde que
conocí esa sonrisa, te amé.
Recuerdo como eran las cosas, yo era diferente, otra persona
de la que soy ahora, más inocente, más niña, más tonta.
Recuerdo que hacía cualquier cosa para estar cerca de ti, ya
sea ser amiga de tus amigos, ir a fiestas a las que no quería ir, comer cosas
que no quería comer; lo que sea para pasar aunque sea unos minutos más contigo,
a solas, juntos.
Recuerdo también que sentía que tú no hacías ningún esfuerzo
por pasar tiempo conmigo, siempre andabas rodeado de personas que no eran yo,
me sentía pequeña, diminuta tratando de llamar tu atención, siempre te veía
lejos; y aunque hacía todo por estar contigo, eso nunca parecía funcionar.
Sin embargo, cuando nos quedábamos solos, era mágico. Eras
tierno, dulce, amable conmigo. Te sentía cerca, te sentía mío.
¿Por qué cambiabas tanto con el paso del día? ¿Por qué a
veces sentía que me querías y a veces sentía que no existía?
Luego, de la nada, de un día al otro, apareciste enamorado
de otra persona. Después de toda la ilusión que tenía por estar contigo, por
quererte, por besarte; te fuiste con otra. Recuerdo que mi corazón se partió en
mil pedazos, no podía creer lo que estaba sucediendo, esa fue la primera herida
que alguien había hecho en mi corazón, no imaginaba que ver a quien quieres con
alguien más, doliera tanto. Ese día me destruiste, lo recuerdo bien. Nunca lo
dije, por orgullo, pero quedé con el corazón roto en mil pedazos.
Después de esto, y de que pasaran muchos meses para que yo
pudiera recoger los pedazos de mi corazón, y reconstruir mi vida (que solía
girar en torno a ti), apareciste de nuevo. ¡Maldición!, ¿Por qué apareciste de
nuevo? Apareciste justo cuando ya estaba a punto de reconstruirlo todo, cuando
estaba a punto de tener una ilusión con alguien más, apareciste, y me moviste
el suelo una vez más.
Y no pude evitarlo, luché contra mí misma, y contra mi
sentido común; y apenas me dijiste para empezar una relación, dije que sí.
Y ese día, te quise, te amé como siempre te había amado;
pero, me odié yo. Me odié, porque había traicionado mi propio orgullo, mi
dignidad. Después de haber jurado que nunca más dejaría que me hicieras daño,
volví a dejarte entrar; y me odié por eso.
Lamentablemente, una relación basada en el odio, no puede
funcionar. Yo te amaba, te adoraba, adoraba tu sonrisa, tus ojos, tus bromas,
tus besos. Pero como me odiaba, nunca me pude perdonar, y fue por eso que nunca
pude demostrarte todo lo que sentía por ti.
Por dentro, me moría de ganas de decirte “Mi amor”, “Te amo”,
“Eres mi vida”; de darte todo. Pero, había una parte de mí, la parte rota, la
parte que destruiste, que nunca pudo confiar en ti. Una parte que se apoderaba
de mí cada vez que quería decirte algo lindo. Una parte oscura que no nos dejó
ser felices.
Esa vez que nos vimos, el día que todo acabó, justo en el
momento que te dije adiós, sentí que estaba haciendo algo mal, que no debía
dejarte ir, que debía decirte lo que sentía, contarte de mis miedos, y que de
algún modo todo se arreglaría. Esperaba que voltearas, que me dijeras algo, que
volvieras por mí. No lo hiciste.
Al día siguiente fui a buscarte, esperando nuevamente que me
dijeras algo. Mi parte niña, tímida, miedosa, no dijo nada. Yo en el fondo
esperaba que entendieras, que sólo el hecho de verme ahí, frente a tu casa; te
hiciera entender que había ido para decirte que te amaba, que no podíamos
terminar.
Sólo esperaba que me dijeras que también me amabas.
Sólo nos abrazamos, fue el último abrazo tuyo que recibí, y
esperé, y esperé; haciéndome la tonta, esperaba que dijeras algo. No dijiste
nada.
Ese día regresé llorando a casa, caminé como 10 cuadras,
llorando, hasta que no pude más y me quedé sentada en una banca, viendo tu foto,
y llorando.
Ese día, fue la segunda vez que rompiste mi corazón, la
segunda vez que quedé destruida. Esta vez no sé si fue mi culpa, la tuya, o la
de los dos; pero volví a quedar destruida.
Y Hoy, que leo todas tus cartas, por fin entiendo que
también me querías; por fin entiendo, que probablemente, tú también tuviste
miedo, que también eras un niño, que no sabía que decir y cómo actuar.
Que cuando yo no te decía nada, tú no sabías que decir. Que
quizás no fuiste el único que quedó con el corazón roto ese día. Que quizás yo
rompí el tuyo primero, y tu yo interno, tampoco me lo pudo perdonar.
Hoy, haciendo un repaso de todo lo que pasó, veo que fui una
tonta. Tonta por actuar así, tonta por no vivir el momento, tonta por tener
miedo, y tonta por no decirte lo que sentía.
Hoy, sé que debí decir algo, hoy sé que debí dejar el orgullo
de lado, y explicarte todo esto, sin miedo. Hoy sé que yo, pude haber hecho más
de lo que hice, y que también te fallé.
Pero; esta carta no sólo es para explicarte todo lo que
pasó, que a estas alturas ya no tiene sentido. Es para por fin decirte cuánto
te quería, merecías que lo dijera, pero no lo hice, fui fría y tonta, y lo hice
a propósito, lo hice por miedo. Tengo que decirlo. Te quería como aún no he
querido a nadie, te quería con el alma, te amaba con todo mí ser.
Y también debo decirte, que aún te amo. No como antes, no
como para estar juntos, y besarnos y tener hijos. Te amo como un recuerdo, como
un recuerdo hermoso que jamás podré olvidar.
Porque nunca podría olvidar los días que moría por tocar tu
mano, pero besar tus labios, porque nunca podría olvidar como amaba tu olor, tu
sonrisa, tus manos. Porque nunca podré olvidar todo lo que aprendí contigo.
Hoy sólo quiero despedirme con amor, con amor y
agradecimiento. Darte gracias por hacerme madurar, por enseñarme a querer, por
enseñarme a confiar. Por enseñarme a amar.