jueves, 21 de mayo de 2015

Carta a un antiguo amor




Mi amor, lo siento, debí escribirte esta carta mucho antes, pero tenía miedo, y no era valiente, más lo segundo que lo primero; pero hoy, luego de leer tus cartas, entiendo que las cosas han cambiado, he madurado, y ahora tengo el valor para decir lo que nunca pude decir.

Primero, quiero decir algo que creo no dije lo suficiente; o quizás simplemente no lo dije. Te amo.
Te amo, y te amé desde el momento en que te conocí; desde el día que te reíste de la broma más tonta que pude haber contado, desde que conocí esa sonrisa, te amé.
Recuerdo como eran las cosas, yo era diferente, otra persona de la que soy ahora, más inocente, más niña, más tonta.
Recuerdo que hacía cualquier cosa para estar cerca de ti, ya sea ser amiga de tus amigos, ir a fiestas a las que no quería ir, comer cosas que no quería comer; lo que sea para pasar aunque sea unos minutos más contigo, a solas, juntos.
Recuerdo también que sentía que tú no hacías ningún esfuerzo por pasar tiempo conmigo, siempre andabas rodeado de personas que no eran yo, me sentía pequeña, diminuta tratando de llamar tu atención, siempre te veía lejos; y aunque hacía todo por estar contigo, eso nunca parecía funcionar.
Sin embargo, cuando nos quedábamos solos, era mágico. Eras tierno, dulce, amable conmigo. Te sentía cerca, te sentía mío.
¿Por qué cambiabas tanto con el paso del día? ¿Por qué a veces sentía que me querías y a veces sentía que no existía?

Luego, de la nada, de un día al otro, apareciste enamorado de otra persona. Después de toda la ilusión que tenía por estar contigo, por quererte, por besarte; te fuiste con otra. Recuerdo que mi corazón se partió en mil pedazos, no podía creer lo que estaba sucediendo, esa fue la primera herida que alguien había hecho en mi corazón, no imaginaba que ver a quien quieres con alguien más, doliera tanto. Ese día me destruiste, lo recuerdo bien. Nunca lo dije, por orgullo, pero quedé con el corazón roto en mil pedazos.

Después de esto, y de que pasaran muchos meses para que yo pudiera recoger los pedazos de mi corazón, y reconstruir mi vida (que solía girar en torno a ti), apareciste de nuevo. ¡Maldición!, ¿Por qué apareciste de nuevo? Apareciste justo cuando ya estaba a punto de reconstruirlo todo, cuando estaba a punto de tener una ilusión con alguien más, apareciste, y me moviste el suelo una vez más.

Y no pude evitarlo, luché contra mí misma, y contra mi sentido común; y apenas me dijiste para empezar una relación, dije que sí.
Y ese día, te quise, te amé como siempre te había amado; pero, me odié yo. Me odié, porque había traicionado mi propio orgullo, mi dignidad. Después de haber jurado que nunca más dejaría que me hicieras daño, volví a dejarte entrar; y me odié por eso.

Lamentablemente, una relación basada en el odio, no puede funcionar. Yo te amaba, te adoraba, adoraba tu sonrisa, tus ojos, tus bromas, tus besos. Pero como me odiaba, nunca me pude perdonar, y fue por eso que nunca pude demostrarte todo lo que sentía por ti.
Por dentro, me moría de ganas de decirte “Mi amor”, “Te amo”, “Eres mi vida”; de darte todo. Pero, había una parte de mí, la parte rota, la parte que destruiste, que nunca pudo confiar en ti. Una parte que se apoderaba de mí cada vez que quería decirte algo lindo. Una parte oscura que no nos dejó ser felices.

Esa vez que nos vimos, el día que todo acabó, justo en el momento que te dije adiós, sentí que estaba haciendo algo mal, que no debía dejarte ir, que debía decirte lo que sentía, contarte de mis miedos, y que de algún modo todo se arreglaría. Esperaba que voltearas, que me dijeras algo, que volvieras por mí. No lo hiciste.

Al día siguiente fui a buscarte, esperando nuevamente que me dijeras algo. Mi parte niña, tímida, miedosa, no dijo nada. Yo en el fondo esperaba que entendieras, que sólo el hecho de verme ahí, frente a tu casa; te hiciera entender que había ido para decirte que te amaba, que no podíamos terminar.
Sólo esperaba que me dijeras que también me amabas.

Sólo nos abrazamos, fue el último abrazo tuyo que recibí, y esperé, y esperé; haciéndome la tonta, esperaba que dijeras algo. No dijiste nada.
Ese día regresé llorando a casa, caminé como 10 cuadras, llorando, hasta que no pude más y me quedé sentada en una banca, viendo tu foto, y llorando.
Ese día, fue la segunda vez que rompiste mi corazón, la segunda vez que quedé destruida. Esta vez no sé si fue mi culpa, la tuya, o la de los dos; pero volví a quedar destruida.

Y Hoy, que leo todas tus cartas, por fin entiendo que también me querías; por fin entiendo, que probablemente, tú también tuviste miedo, que también eras un niño, que no sabía que decir y cómo actuar.
Que cuando yo no te decía nada, tú no sabías que decir. Que quizás no fuiste el único que quedó con el corazón roto ese día. Que quizás yo rompí el tuyo primero, y tu yo interno, tampoco me lo pudo perdonar.

Hoy, haciendo un repaso de todo lo que pasó, veo que fui una tonta. Tonta por actuar así, tonta por no vivir el momento, tonta por tener miedo, y tonta por no decirte lo que sentía.
Hoy, sé que debí decir algo, hoy sé que debí dejar el orgullo de lado, y explicarte todo esto, sin miedo. Hoy sé que yo, pude haber hecho más de lo que hice, y que también te fallé.

Pero; esta carta no sólo es para explicarte todo lo que pasó, que a estas alturas ya no tiene sentido. Es para por fin decirte cuánto te quería, merecías que lo dijera, pero no lo hice, fui fría y tonta, y lo hice a propósito, lo hice por miedo. Tengo que decirlo. Te quería como aún no he querido a nadie, te quería con el alma, te amaba con todo mí ser.

Y también debo decirte, que aún te amo. No como antes, no como para estar juntos, y besarnos y tener hijos. Te amo como un recuerdo, como un recuerdo hermoso que jamás podré olvidar.
Porque nunca podría olvidar los días que moría por tocar tu mano, pero besar tus labios, porque nunca podría olvidar como amaba tu olor, tu sonrisa, tus manos. Porque nunca podré olvidar todo lo que aprendí contigo.


Hoy sólo quiero despedirme con amor, con amor y agradecimiento. Darte gracias por hacerme madurar, por enseñarme a querer, por enseñarme a confiar. Por enseñarme a amar.