Cuando lo conocí, un día de marzo, apenas vi su sonrisa, algo en mí, se estremeció. Ese pequeño órgano que habita mi pecho, tomó vida propia, lo juro. No es necesariamente que yo crea en el "amor a primera vista”, ni siquiera sé si creo en lo que la televisión llama "amor" (excepto en el amor de mis padres, hermanos, amigos y perritas; del cual estoy completamente segura).
En fin, el punto, es que, en serio, ese órgano, que dibujan anatómicamente
mal, tomó vida propia. Saltó por todas partes y dio saltos contra mi pecho, y
se me atragantó. No me dejó hablar, no me dejó respirar, no me dejó pensar.
La primera vez que hablé con él, mi corazón, un órgano que había adquirido
vida propia desde que lo conocí;
ahora no sólo se conformó con no dejarme respirar, se fue corriendo al cráneo,
y no dejó que mi cerebro pensará con normalidad, haciéndome decir lo primero
que se me venía a la cabeza, sin sentido. Además de eso, siguió dando vueltas
por todas partes; lo sé porque lo sentí en el estómago. Quizás algunas personas
lo llaman "mariposas", pero no, yo sé que era el corazón (ahora con
vida propia) que se había mudado ahí para saltar de la emoción.
Bien, ¿la primera vez que salimos? la primera vez que salimos fue peor. Mi
corazón se embriagó, se embriagó por completo. Y sé que estaba completamente
ebrio, porque sentí como daba vueltas por todo mi pecho, pero ya no tan emotivo
como la primera vez, que parecía que se había tomado un Red bull, no. Estaba todo mareado y se movía por todas partes,
parecía que quería flotar, o volar.
Y, ¿Quieren saber, que hizo mi corazón cuando tuvimos nuestro primer beso?
Bueno, ahí sí que se volvió completamente loco, si loco. Loco como esos
loquitos de la calle que gritan cosas raras, y se golpean y saltan y no pueden
parar. Si, así de loco. Yo no podía controlarlo. A penas sintió que aquello con
lo que tanto había soñado, se hizo realidad; ahí fue cuando se volvió completamente
loco. Pobrecito, nunca lo vi tan emocionado en su poco tiempo de "vida
propia."
Sin embargo, yo sabía que él no
podría resistir tanta emoción. Llego el día, en que, esa relación, terminó. Ese
fue un duro golpe para mi pobre corazón. Ese día se sintió tan deprimido que se
negaba a latir, latía lento, lento, muy lento. Sentí que en el momento en que él me dijo para terminar, mi pobre
corazón intentó “romperse”, dio muchas vueltas en círculos, tuvo miedo, quería
hacer algo, terminar con el sufrimiento.
Luego, la tristeza pasó, pero el pobre se negó a emocionarse por alguna cosa
de nuevo.
Sentí que ya no tenía vida, parecía inerte, se volvió un órgano del cuerpo,
común y corriente, como los demás. Ya no se emocionaba, ya no se golpeaba
contras las paredes de mi pecho, ya no saltaba (movía los bracitos a veces,
cuando yo comía helado, nada más) y sólo quería tranquilidad, y bueno;
probablemente vacaciones.
Pero, esta no es una historia triste, no, no lo es. Un día vimos pasar a
aquel que le había dado vida propia a mi dormido corazón. Adivinen que: Ya no
le causó ni un sólo movimiento involuntario. No le causó nada, pues ahora, mi
corazón camina tranquilamente al lado de otro corazón que estuvo roto, sufrió,
y juntos lograron curarse.
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